jueves, 25 de marzo de 2010

Gratuidad

Por el principio de gratuidad, los seres humanos nos acojemos al daño sin detenernos a sopesar las consecuencias. Abusamos de nuestro poder de decir lo que queramos, donde queramos y cuando queramos aún cuando la palabra no es acorde con el resultado. Es como lanzar una bomba de mieda al aire y saber que puede explotar en cualquier lugar y, quien sabe, terminar salpicando a quien más nos interesa.

Uno de los vicios vilmente adquiridos por ese derecho constitucional que nos otorga la libertad de expresión, es la de poder acusar a alguien de manera gratuita y sin pruebas para hacerlo.

Lo peor de la acusación, más que la intención, es el apoyo que puede generar. Algo parecido debió pensar el ex ministro Mayor Oreja cuando acusó, de manera gratuíta, al gobierno de estar negociando con ETA. Es más, estaba seguro de ello ¿Y a él quién se lo ha dicho, el gobierno o ETA?

Desde que uno tiene poder sobre su conciencia debe saber asumir lo lícito de lo ilícito. Dentro de lo lícito entra la verdad y dentro de lo ilícito entra algo peor que la mentira, la mezquindad.

No hay comentarios: