
Hace treinta años yo era un renacuajo de cuatro años que jugaba en su habitación con los montamán y aprendía a leer en las cartillas Rubio de la época. No era consciente de que aquel veintitrés de feberero fue un día crucial para nuestra historia y la más firme reafirmación de una democracia que hoy en día se ha convertido en pasto libre para el ganado donde especuladores, alcaldes golfos y demás morralla política y social están haciendo su agosto con total impunidad.
Entonces, en medio de lo que se llamaba transición, más de trescientos diputados que aspiraban a europeizar España se plantaron contra un golpe de estado que pretendía regresionarnos en el tiempo otros cuarenta años atrás. No fue así, porque España era un bebé que empezaba a echar sus primeros dientes y tenía ganas de comerse el mundo. Lo malo es que se terminase atragantando. La soberbia fue el pecado de aquellos golpistas y la gula ha sido el pecado de esta España que no termina de encontrar su sitio por más que nos digan que estamos en la Champions League.
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