martes, 7 de junio de 2011

Los eruditos nos toman el pelo

A los profesionales, y valga la redundancia, se les suele suponer la profesionalidad. Más allá de esta incongruencia, la profesionalidad lleva implícita la responsabilidad, el rigor y la verdad por encima de todo. No deberían importar el color de la chaqueta ni las ideas que amueblan la cabeza. Puede venir un erudito en historia a contarme la vida y detalles de Isabel la Católica que le voy a creer porque yo no sé nada más allá de las cuatro anécdotas que haya podido aprender gracias a media docena de libros y un par de películas. Pueden venir dos catedráticos a contarme la infancia, pubertad, juventud, envejecimiento y muerte de Franco; les creeré los pelos y las señales, ellos son los expertos. Pero, por favor, que no vengan a decirnos que no fue un dictador porque entonces les diré que no me tomen por tonto. Los eruditos de la academia de la historia nos quieren tomar el pelo con su cacareado diccionario biográfico. Sin profesionalidad, sin responsabilidad, sin rigor y sin verdad, cualquier obra se convierte en un chapuza.

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