viernes, 26 de agosto de 2011

Descrédito

En términos cotidianos, el descrédito implica un dedo acusador, una crítica velada, un caminar inseguro y una palabra vendida a la duda. En términos políticos, la popularidad aporta el hándicap de la incoherencia. Un político desacreditado es algo así como un alma en pena que vaga por los escaños en busca de un haz de luz por el que buscar su trozo de cielo y desaparecer para siempre.

No hace mucho que Rubalcaba jugó a desacreditar a Rajoy poniéndole en la picota del ridículo por haber presentado ante las cortes una propuesta para una reforma constitucional con el fin de poner techo al déficit público. Aquello, que sonó a boutade y quizá a sobrada oposicional, fue recibido con chanza y chascarrillo por parte del gobierno. Pero como el agua, en la noria, no para de girar para regresar siempre a su lugar de origen, la corriente del pozo ahogó a Zapatero quien, ante las imposiciones del eje franco alemán, se la tuvo que envainar y proclamar que sí, que se puede decir digo donde dije Diego y que lo que dijo Rajoy, aunque pareciera una propuesta de película de dibujos, pues se iba a tener que cumplir y que la prupuesta iría a las cortes y de las cortes a la carta magna y mientras en el Partido Popular bailan la danza de la victoria, en el PSOE buscan cirios para alumbra el funeral.

Porque Rubalcaba, que un día hizo de Rajoy un chiste y ahora se traga el sapo en silencio con cara de estreñimiento, ha quedado en evidencia. Y un descrédito así, a sólo tres meses de unas elecciones que le presentaban como una verdadera alternativa para la izquierda, le coloca en el peor lugar posible. No sólo ha perdido la Pole Position sino que se ha visto relegado a la segunda parrilla de salida. No hace mucho presentó su campaña valorizando decenas de vocablos comenzados por la letra erre. Era la erre de Rubalcaba. La erre de rumiar la derrota, la erre de romper las esperanzas, la erre de rabia ante la traición.

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