lunes, 21 de noviembre de 2011

El gran error de la Constitución

España vivía tiempos convulsos, venía de vuelta desde una dictadura que le había impedido avanzar, los deberes si imponían a los derechos y había que avanzar de puntillas y con cuidado para no derribar aquel jarrón tan caro de una dinastía china. Se trataba, pues, de tener contentos a todos. El paso hacia una democracia después de cuarenta años de dictadura no era una tarea fácil. Por un lado estaban los nostálgicos, anheladores de un régimen con el que se sentían identificados y que tenían miedo a la apertura porque ellos siempre creyeron más en la mano dura. Y, en otra esquina, estaban los revisionistas, aquellos que querían romper con el pasado y fabricar un nuevo sol para que en España brillase una nueva luz de cara al futuro. Como se trataba de contentar a todos se contentó a todos y el Estado aprobó, mediante referéndum, una Constitución en la que se descentralizaba el poder y se repartía en las autonomías. Se intentaba evitar brotes de independencia y, para ello, se aprobó una ley electoral en el que los partidos regionalistas tendrían un trato de favor por encima de muchos partidos generalistas. De esta forma, resulta imposible comprender como un partido, con trescientos mil votos, tenga dos escaños más que un partido que ha superado el millón de votos. O que otro con casi dos millones tenga seis diputados menos que otro que al que han votado medio millón de electores menos. O menos aún se entiende que Rajoy haya obtenido cuatrocientos mil votos menos que Zapatero en 2008 y, sin embargo, haya obtenido diecisiete diputados más ¿Existe un país democrático con una ley electoral tan injusta como la nuestra? El voto de cuatro millones y medio de personas no ha servido prácticamente para nada.

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