viernes, 13 de noviembre de 2015

Mentalidades

Suelo respetar las decisiones e inclinaciones de la gente, siempre que estas no lleven implícitas una falta de respeto hacia mi persona. Me da igual si alguien es del Real Madrid, vota al Partido Popular y le gusta vestir con zapatos sin calcetines. Puede que no entienda a alguien que, siendo obrero, vote a la derecha, pero jamás me acercaré a él a censurarle su decisión porque la democracia, al fin y al cabo, consiste en esto. Libertad de elección y libertad de clero. Otra cosa es que me toquen las pelotas. Entonces yo, como todo el mundo, también puedo ser capaz de rebelarme.

Me gusta mucho mi trabajo. Me encanta implicarme con la empresa y sacar adelante todo el flujo de proyectos que van llegando a la oficina. Creo, además, que lo hago bien y que me he acostumbrado a un ritmo que cumple con las exigencias del guión. Lo que no me gusta es quedarme más horas de lo normal por el simple hecho de que me vean. Yo no trabajo para dar imagen sino para ser eficiente. Hay muchos otros, con una mentalidad más obtusa, que prefieren quedar bien delante de sus superiores perdiendo horas de estar en casa para ganar presencia en la oficina. Yo no sé verlo así.

Mi trabajo es muy importante y lo tengo muy arriba en mi escala de prioridades. No voy a ser insensato y dejar a un lado mi única fuente de ingresos, gracias a mi trabajo, mis hijos pueden comer y vivir en un aceptable estado de comodidad. Otra cosa es que quieran que ponga mi empleo en el lugar más alto de mis prioridades. Para mí, mi principal prioridad es mi familia, y quien no lo vea así, creo que tiene un serio problema. Es cuestión de mentalidad, y la mía no es insensata, pero tampoco es suicida.

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