martes, 22 de octubre de 2019

Un conflicto largo

Estamos ante un momento de cariz histórico, no sabemos si para España, para Cataluña o para las dos, porque lo que está claro es que el límite del no retorno está cerca y el conflicto, que algunos creen que pueden resolver con un decretazo y una aplicación constitucional, va para largo. Porque no se trata de convencer a unos cuantos subversivos de que quedarse en España no es sólo obligación sino necesidad; se trata de hacer cambiar de idea a toda una generación de personas criadas con un ideario que ahora es muy difícil de desmontar.

El problema, como en todo, es el foco y el problema, como en todo, es el cariz político de la situación. En primer lugar deberíamos mirar con un ojo a los miles de personas que, pacíficamente, recorren las calles al tiempo que con el otro sólo queremos mirar a todos aquellos que generan disturbios. Nos tapamos un ojo porque sólo queremos ver violencia cuando lo que ocurre es que los violentos están empañando lo que una mayoría está intentando decirnos al resto de España. No nos quieren como compañeros de viaje.

Luego está el cariz político. me escama sobremanera, porque en ese aspecto les considero pardillos (en eso son tan españoles como nosotros), como se han dejado arrastrar por tipos como Más, Puigdemont y Torra, miembros el partido de Pujol, herederos del tres por ciento y que no han dado un palo al agua en su vida si no hay interés mediante para sus bolsillos. Y ahora, hasta los verdaderos ideólogos del independentismo, o se ven abocados a una pena mayor de cárcel, como Junqueras, o al escarnio público, como puede ser Rufián.

Y es que este país, España, Cataluña o los otros dieciséis, no entiende de sueños y mucho menos de romanticismo. Existe una idea que ha germinado y una semilla que ve sus flores crecer. Regar el árbol puede conducir a un nuevo bosque, cortarlo de raíz puede conducir a un desierto de incomunicación. Entre prender y mojar la mecha median palabras y, sobre todo, negociaciones. Les quitaron el estatut, les quisieron quitar la identidad y les han ninguneado como si lo suyo fuese una simple pataleta. Pero el niño ya ha roto los juguetes y ahora amenaza con quemar la casa. Tan mal lo han hecho que ahora no saben ni reconocer el error.

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