martes, 29 de octubre de 2019

Caminos

La vida es una sucesión de caminos interpuestos que se reescribe en cada cruce. Cualquier decisión, cualquier momento de asueto, cualquier riesgo es mínimamente tenido en consideración en cuanto al análisis de consecuencias porque raramente nos paramos a pensar que es lo que dejamos atrás, en ese hipotético camino que se bifurcó hacia el otro lado y que nos hubiese deparado una experiencia totalmente distinta. Solo cuando nos equivocamos es cuando somos conscientes del error, pero para errar siempre hay que decidir y en cada decisión pervive la génesis de nuestra existencia.

Desde que somos mínimamente racionales nos enseñan a querer siempre lo mejor para nosotros. Nos crían como seres egoístas en los que la voluntad y, sobre todo, la comodidad propia debe imperar sobre la ajena. Y el que no pueda seguirme que se las componga. Por ello, nos resulta especialmente educativo comprobar que, cuando quieres realmente a alguien, te ves decidido a tomar decisiones en consecuencia a un bienestar ajeno. Es lo que se llama empatía. No todo el mundo la conoce y son muy pocos los que son capaces de hacer un esfuerzo en su nombre.

El problema realmente implícito llega cuando analizamos la verdad de cada decisión en cuanto siempre hay una dosis de miedo adherida a la misma. Siempre tememos a perder antes de ilusionarnos por ganar. La empatía, además, nos conduce al miedo a hacer daño. Por eso, cada decisión, cada cruce de caminos, cada bajada de cabeza nos conlleva una duda existencial antes que una oportunidad, porque cuando las decisiones implican a la gente que quieres decidir deja de consistir en arriesgar para convertirse en un ejercicio de dañar lo menos posible.

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