martes, 14 de enero de 2020

La frontera del fin de la inocencia

Con el tiempo se pierden muchas cosas pero, sobre todo, se pierde algo tan bonito y hermoso como la inocencia. Mi hijo Pablo, con nueve años, en la frontera de cumplir los diez, está en ese límite que aporta la consciencia en la que la lucidez aporta lógica y la lógica aporta verdad. Ese momento clave del fin de la inocencia y el conocimiento de la verdad acerca de esos tipos mágicos que acuden a su casa cada seis de enero u ese otro roedor que acude a visitar su almohada cada vez que pierde un diente.

El año pasado, visto que tuvieron unas vacaciones de navidad demasiado revoltosas, me decidí a darles un susto. Les dejé carbón junto al árbol y, bajo la bandeja donde les dejamos a los Reyes sus viandas, una nota con un mensaje escrito. La primera decepción, y amago de llanto, empezó a compensarse cuando descubrieron el folio. Este les indicaba una pauta de comportamiento además de una pista que les llevaba a otro lugar de la casa. Les mantuve recorriendo la casa durante quince minutos mientras iban descubriendo nuevas notas con nuevas pistas y regalos. La idea, para ellos de los Reyes, claro, les pareció tan original que en la carta de este año le pidieron, por favor, que volvieran a hacer lo mismo.

Pero claro, imaginad vosotros si ya de por sí es difícil aguantar despierto hasta que se duerman y no hacer ruido para dejar todos los paquetes en un mismo lugar, cómo debe ser recorrer toda la casa con las notas que tú ya has pre escrito colocando una a una en su lugar y conduciéndoles hasta el regalo final. Este año fue sólo un regalo, pero se volvieron tan locos con él que es como si hubiese valido por tres.

Al final salió bien la cosa y volvieron a recorrer la casa con su Gymkana particular pista por pista hasta que encontraron el regalo bajo una montaña de globos que su madre había preparado la tarde anterior mientras nosotros íbamos a la Cabalgata. Tan emocionados los veo y tan deseosos de que llegue el año que viene para que los Reyes les hagan lo mismo que, por un momento, siento lástima de ese momento, que llegará, en el que Pablo sea consciente de que la magia no existe y que la verdad es que su padre se desvela cada noche de Reyes para que ellos se sientan aventureros durante quince minutos por la mañana.

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