viernes, 17 de enero de 2020

Ossie's dream

En la pequeña ciudad de Bell Ville, a doscientos kilómetros al sur de Córdoba, hablaban de un chico pequeño que jugaba de medio volante. Era tal su delgadez que los mayores decían que jamás llegaría a jugar como profesional, pero llegó. Debutó a los veintiún años con Instituto de Córdoba y no tardó en deslumbrar a los grandes ojeadores del país. Le apodaban "El Pitón", pero no era ninguna mala víbora, sino un pasador excelso, un todoterreno de fútbol poderoso que recorría la cancha tirando paredes, desahogando el juego y apareciendo en el borde del área para apuntillar al equipo contrario.

Tal era su proyección que Huracán peleó con saña hasta hacerse con sus servicios. Y con el globo explotó. Los dos subcampeonatos logrados en 1975 y 1976 despertaron el interés de Menotti, que había hecho historia con Huracán tres años antes, y comenzó un idilio con la selección argentina que se se prolongó hasta las sesenta y tres internacionalidades. Su incursión e indiscutible titularidad no estuvo exenta de polémica pues los argentinos más pasionales apostaban sus capitales en favor de Bochini, ídolo de Independiente y mejor mediapunta de la década. El chico guardó silencio y respetó las opiniones. Vistió la albiceleste en el mundial del setenta y ocho y, junto a Kempes la rompió. Una sociedad ilimitada que fabricó goles y levantó un entusiasmo casi irrepetible.

Cuando Passarella levantó la copa que acreditaba a Argentina como campeón del mundo, la mayoría de aquellos jugadores ya tenían un destino medio concertado. Lo que nunca hubiese podido imaginar Osvaldo Ardiles es que terminaría jugando en la liga inglesa. El audaz Keith Burkinshaw, respetado entrenador del Tottenham Hotspur, se había fijado en el pitón de Bell Ville y había solicitado al club su fichaje. Y el pitón Ardiles viajó a Londres acompañado de Ricardo Villa para firmar el que, a la postre, sería el contrato de su vida.

Ardiles y Villa llegaron a Londres en el apoteosis de sus carreras. Tenían veintiséis años, un prestigio ganado con títulos y el respaldo de un entrenador admirado por todos. Pero los inicios no fueron fáciles. Debido a que fueron los primeros jugadores extranjeros en jugar en la liga inglesa desde que la federación reabriese el cupo para la incorporación de foráneos, la viabilidad de los fichajes llegó incluso a discutirse en el Parlamento. No eran pocos los diputados que se oponían a su llegada alegando que su incorporación privaría de empleo a algunos jugadores británicos. Finalmente el asunto no llegó a mayores y los dos argentinos pudieron cruzar el umbral de White Hart Line y presentarse en sociedad ante sus compañeros.

Peter Taylor le ofreció su mano a Ricky Villa y Villa la apretó firmemente mientras enseñaba su más cordial sonrisa. Tras el apretón, un dedo de goma quedó bailando en la palma del bonaerense y su cara quedó blanca como la nieve. Las carcajadas se escucharon en la otra punta de Londres. A Ardiles, por su parte, le tenían preparado un calzón tres tallas más grande que el que él usaba habitualmente. Le señalaron un rincón del vestuario y le dijeron: "Ahí tienes tu sitio y esa es tu ropa". El pequeño Osvaldo, tímido e incauto, obedeció y se vistió unos calzones que le llegaban hasta los tobillos. Las carcajadas se escucharon en la otra punta de Inglaterra.

Roto el hielo, tocaba jugar al fútbol. Los ingleses, más acostumbrados al choque, el balón largo y la prolongación, se quedaron asombrados con la extraña concepción del juego de aquel tipo tan liviano que gustaba de rasear la pelota, driblar en el medio campo y buscar siempre el pase más sencillo. Aquel fútbol de salón distinguió al Tottenham como un equipo distinto y, con Ardiles y Villa en la manija, consiguieron ganar dos copas inglesas. Inolvidable aquella del ochenta y uno en la que, jugándose el replay, Ricky Villa anotó un gol decisivo que, con los años, fue considerado como el mejor gol en la historia del viejo Wembley.

Ardiles estaba en la cresta de la ola. John Huston le eligió para formar parte del elenco de "Evasión o Victoria" y White Hart Lane se levantaba antes de cada partido para rendir homenaje a su pequeño porteño. Bufanda al aire, mano en el pecho y lágrima en la voz, cada aficionado se desgarraba la garganta cantando el "Ossie's dream", un tema compuesto en honor de Ardiles y que conseguía que hasta los cimientos del viejo estadio se estremecieran.

Pero entonces ocurrió lo que nadie hubiese esperado. Y ocurrió a miles de kilómetros de Londres. En las lejanas islas Falkland, administradas por el imperio colonial británico pero que los argentinos reclamaban como suyas. Tras una estudiada planificación, el ejército argentino, alentado por el presidente Galtieri, ocupa las islas y reivindica, para ellas, el legítimo nombre de Malvinas.

El día dos de abril de 1982, los argentinos ponen pie en tierra y se desatan las hostilidades. El grueso del ejército británico, tras deliberación parlamentaria, acude en masa para solventar el conflicto e inicia la que se conoció como "Operación carnero negro". Apostados los buques de guerra británicos en aguas argentinas, el ejército porteño envía dos cazas para inspeccionar la zona siendo uno de ellos pilotado por el teniente José Leónidas Ardiles. Tras unas peligrosas maniobras de persecución entre cazas de los dos países, el avión del teniente Ardiles es derribado y la noticia corre como la pólvora encendiendo el ánimo de los argentinos. Acababa de declararse la guerra.

Los tabloides ingleses abrieron sus titulares con el nombre de Ardiles en letras grandes. El apellido, cosas del destino, coincidía con el del talentoso jugador del Tottenham. O quizá no era coincidencia. Las instigaciones dieron un resultado claro: piloto y futbolista eran primos. Y entonces comenzó la pesadilla. El día siguiente, Tottenham y Leicester se enfrentaron en partido de la copa inglesa. Cada vez que Ardiles intervenía en el juego, la afición del Leicester le recordaba qué país era el que le daba de comer. "England, England, England". Por su parte, la afición del Tottenham replicaba con un "Argentina, Argentina, Argentina" que le llegó al corazón. No fueron los mejores días para los futbolistas argentinos del Tottenham. Para la prensa inglesa eran espías en territorio enemigo, para la prensa argentina eran traidores sin arraigo.

Entonces Ardiles salió a la palestra, hizo estallar la bomba y comenzó su pesadilla. "Las Malvinas deben ser argentinas", reclamó. Su vida, tras aquellas palabras, no volvió a ser la misma. Quiso seguir jugando, pero no pudo. Quiso seguir siendo respetado, pero no le dejaron. La prensa inglesa puso precio a su cabeza y le obligaron a abandonar el país. Pidió permiso al club y se incorporó, con dos semanas de antelación, a la concentración que la selección argentina estaba realizando de cara al mundial que se celebraría en España aquel mismo verano.

Villa permaneció en Londres, pero no pudo disputar la final de copa que se jugaría en el mes de mayo. Las explicaciones fueron casi tan dolorosas como la propia guerra. "Entiéndelo, Ricky, el país no puede permitirse ver a la princesa Ana entregando la copa a un argentino". Villa y Ardiles guardaron un respetuoso silencio pero la afición no pudo contener su indignación. En el partido que precedió a la final, una inmensa pancarta presidió el fondo de White Hart Line. "No queremos las Falkland, queremos a Ossie". El deporte y la política nunca han mezclado demasiado bien y en aquella ocasión, como siempre, perdió quien menos culpa tenía. El tiempo, sin embargo, fue justo esta vez y muchos años después, el Tottenham e Inglaterra se pusieron en pie para rendir homenaje a los dos tipos con quien tan cruelmente se habían portado.

La importancia de Ardiles y Villa en el fútbol inglés la cuantificó el tiempo si se tiene en cuenta que, hasta la aparición de Tévez y Mascherano, más de dos décadas después, ningún argentino tuvo una influencia decisiva en un equipo de las islas.

Más allá de los análisis, hablar de fútbol y la guerra de Las Malvinas es hablar de la selección argentina en el mundial de 1982. Recluidos y aislados del exterior, a los argentinos les decían que entrenaran duro y jugasen como nunca para rendir homenaje a los soldados que estaban librando una guerra que tenían ganada. Nada más lejos de la realidad. Argentina, en el verano del ochenta y dos, perdió la guerra militar y la guerra futbolística. Ardiles, que durante el campeonato lució, de forma sorprendente, el número uno en la camiseta, fue titular en el partido inaugural frente a Bélgica. Y mientras los soldados se parapetaban tras las trincheras y se defendían del fuego enemigo, un puñado de viejos transistores informaban de un gol de Vandenbergh que les tiró el ánimo hacia el suelo.

Un día después de la derrota futbolística, llegó la derrota militar. El ejército argentino depuso las armas y puso fin a una reivindicación legítima y una guerra absurda. Con más de setecientos hombres muertos en el conflicto, la nación se sintió dolida en la derrota y convulsionada por la pérdida. La selección albiceleste se despidió de España tras hacer un pobre mundial, pero entre medias tuvo tiempo de ganar un par de partidos a Hungría y El Salvador. Mientras el equipo goleaba a Hungría, los militares argentinos, prisioneros en el Buque Canberra de las fuerzas británicas, armaron tal escándalo a medida que iban siendo informados del resultado, que los ingleses pensaban que se trataba de una sublevación.

Pero no hubo sublevación, aunque sí más reivindicaciones. En cuanto al fútbol se refiere, la AFA decidió bautizar el Torneo Metropolitano de 1982 como "Torneo soberanía argentina en las Islas Malvinas" y el Estadio "Ciudad de Mendoza" pasó a llamarse Estadio "Malvinas Argentinas". El dolor permaneció durante muchos años y salpicó a varias generaciones. Por ello, muchos quisieron interpretar como justicia poética aquellos dos goles de Maradona en México cuatro años más tardes. Los goles levantan el ánimo y permiten erguir el pecho, pero no hay ningún gol que resucite a varios centenares de muertos.

A día de hoy, los habitantes de las Falkland se sienten y actúan como británicos. No hace mucho, el noventa y nueve por ciento del país votó en referéndum seguir ligado a la soberanía británica. El equipo de fútbol de la región participa en la "International Island Games Association", campeonato que agrupa territorios coloniales de distintos países, y lo hace ondeando la Union Jack en cada partido. Casi cuarenta años después de la guerra, Argentina sigue llorando y no consigue olvidar. Durante la primavera de 2012, Lanús vistió una camiseta con el holograma de las Islas Malvinas grabado a la altura del pecho. En los partidos disputados en la primera fecha de abril, en los estadios pudieron leerse pancartas que rezaban "Prohibido olvidar" o, escuetamente, "Fuck You". La AFA volvió a hacerle un guiño al pasado y al Apertura 2012 se le bautizó como "Torneo Crucero General Belgrano", en homenaje al buque de guerra hundido en la Guerra de Las Malvinas. Y en las gradas volvió a escucharse aquel viejo cántico de "Malvinas Argentinas" que tanto conmocionó al país durante la década de los ochenta.

El periodo de guerra supuso un calvario para todos los argentinos que vivían en Inglaterra. Señalados, despreciados y vilipendiados, muchos tuvieron que ocultarse y otros se vieron obligados a regresar a su país. Ardiles, aún en la distancia, siempre guardó silencio y mantuvo un admirable respeto hacia los ciudadanos británicos. De alguna manera, se sentía hilo conductor entre ingleses y argentinos y, de alguna manera, ayudó a que ambos pueblos se sintieran unidos en la admiración hacia una misma persona.

Poco después de regresar a casa tras el mundial de España, Ardiles recibió una carta en su domicilio. Era del piloto que derribó a su primo y era para explicar los crueles motivos que, en una guerra, llevan a los hombres a matarse entre sí. Fue una carta sincera que Ardiles agradeció y guardó en un cajón para no olvidar que el mundo está lleno de injusticias y perdones. Tras el verano no regresó a Inglaterra. No podía. Se incorporó al Paris Saint Germain y completó su peor temporada como futbolista profesional. En su cabeza ya no había fútbol, solamente existía el deseo de saldar una cuenta pendiente.

No terminó el destino de cumplir las promesas pendientes. En el verano de 1983 aterrizó nuevamente en Londres para cumplir con su segunda etapa en el Tottenham Hotspur. Una exitosa segunda etapa en el que sería el equipo de su vida, el equipo al que amó también en la distancia y del que acabó siendo entrenador. Pero aquello sería más tarde, igual que lo sería la Copa de la Uefa del ochenta y cuatro y las paredes inolvidables con el bisoño Glenn Hoddle. Ardiles fue un líder silencioso al que todos profesaban respeto y admiración. El hombre que dedicó una vida deportiva al Tottenham y que fue considerado como el mejor jugador no británico en la historia del club. El hombre que buscó otras aventuras pero que siempre regresó a White Hart Line para pasear la vida y la memoria. El hombre que no conoció el nacimiento de la Premier porque prefirió retirarse a seguir deambulando. El hombre que jugó un partido contra el Southampton el día tres de mayo de 1983.

Aquella tarde, en el Saint Mary's Stadium, el público apretó de lo lindo y los jugadores rivales le cosieron a patadas. No pararon de recordarle su origen porteño de manera despectiva. Le llamaron sucio, le llamaron asesino, le llamaron traidor. Y Ardiles calló. No estaba en su naturaleza entrar al trapo. Cabizbajo, dolido y carcomido por las dudas, regresó a Londres y se preparó para el siguiente partido en casa. El rival era el histórico Manchester United y White Hart Lane se había vestido de gala para la ocasión. Ardiles, que no olvidaba que, en Inglaterra, seguía siendo esclavo de sus palabras y preso de sus actos, enfiló, entre dudas el túnel que daba acceso al césped. El miedo asomó a la garganta cuando escuchó a los aficionados rojos cantar su nombre con desprecio. Quiso salir corriendo. Durante unos segundos solamente se escucharon abucheos. Aquello era lo que le esperaba. Se hizo el silencio, la afición spur, vestida de blanco, se puso en pie, levantó su bufanda y se llevó la mano en el pecho. Durante dos minutos solamente se escuchó una canción. "Ossie's going to Wembley. His kness have gone all trembley. Come on Spurs! Come on Spurs!". Ossie's dream.

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