lunes, 13 de diciembre de 2010

II Ruta de la tapa

Tal y como hiciése en el año anterior y después de disfrutar (y sufrir, por qué no decirlo) esta segunda ruta de la tapa en Urda, voy a hacer un análisis exhaustivo de la misma haciendo hincapié en que mi opinión de este año está muy condicionada a la locura que cometimos y que fue la de comernos diez tapas en un mismo día. Acabamos muy inflamados, que diría aquel.

Ocurrió que, por causas laborales, un virus de la gastroenteritis viajó en el uniforme de Sagrario desde Aranjuez hasta Urda. Primero cayó mi madre, después lo hizo Manuel, después fui yo el agraciado para posteriormente pasar por el tamiz de mi padre, de mi tía Pepa y de Marta. Una escabechina, vamos.

Y como, además, las obligaciones laborales, obligaban a Sagrario a regresar al lugar del foco de infección el lunes por la noche, hubimos de aprovechar ese mismo lunes para hacer la ruta, catar las tapas y, de paso, optar a esa peazo de cesta que ya tiene dueño y nadie sabe quién es.

Comenzaré diciendo que, aun estando ricas la mayoría de las tapas, creo que esta edición sale perdiendo respecto a la primera. Es posible que fuese porque el factor sorpresa ya había quedado como referencia el año pasado, pero también creo que el año pasado me estuvieron mejor. También las prisas hicieron su parte, ya se sabe que son muy malas consejeras.

Comenzamos en el Plátano. Allí nos sirvieron Gulas con setas, gambas y pimentón de la Vera sobre pan frito. Estaba bueno si echabas todo el mejunje sobre la tosta de pan picatostado. El crujir del pan con la suavidad de las gulas (y al que le tocase, la gamba) y el trocito de pimiento rojo, daba una muy buena sensación en el paladar. Decir que, al ser la tosta demasiado ancha, el bocado requería mandíbulas de goma y yo, ahí ando sobrado. Servido en un plato largo, blanco, inmaculado, tipo fuente. Quedaba bien así. Muy bien en presentación, muy bien en sabor, regular en imaginación. Todos los que vamos al Plátano sabemos que las gulas son pan nuestro de cada día. Habría que innovar un poco más.

De allí pasamos al Gafas. Mientras Sagrario se sentaba en una mesa, yo pedí los flamenquines de ciervo con patatas paja. Decir que yo había imaginado unas patatas paja de estas de bolsa y que tanto le gustan a Palomino para condimentar sus suculentos pinchos, pero nada más lejos de la realidad, nos encontramos con patatas recién cortadas, recién fritas y muy crujientes aunque, eso sí, demasiado saladas. El Flamenquín estaba bien rebozado y los palillos que lo sujetaban algo escondidos, lo que casi produce que masticase uno, pero estaba bueno, la carne no estaba muy tierna pero si era sabrosa. Estaba aderezado con una salsa de tomate ketchup que, digamos las cosas claras, no tengo yo muy claro que sea lo más adecuado para la caza. Todo ello presentado en un plato blanco, cuadrado, mucho más curioso que el de la pasada edición. Bien en presentación, bien en sabor, bien en imaginación.

Después pasamos al Seven donde comimos una tapa que no era muy generosa pero que llenaba lo suficiente como para postergar la ruta a unas horas más tardías. Desgraciadamente, nosotros no teníamos más tiempo que perder. Se trataba de Solomillo al horno en su salsa. Decir que la salsa era una salsa de tomate casera, no gran cosa y pasable solamente si la intención es la de mojar la rebanada de pan, pero tampoco la ruta es para detenerse en eso. Eso sí, el solomillo, un trozo cuadrado horneado y con un queso manchego, de sabor fuerte, gratinado por encima, tenía un sabor exquisito, de esas tapas que te dan ganas de repetir. Una carne tierne, sabrosa y bien hecha, quizá un poco pasada del punto, pero es lo que tiene el solomillo ibérico, no se le puede exigir la misma textura que la ternera. Servido en un plato redondo, un poco casero para mi gusto ya que esta tapa rogaba por algo más cool. Regular en presentación, muy bueno en sabor y bueno en imaginación.

De allí subimos hacia el Media Hoja. Andábamos ya con el estómago dando botes pero nos la jugamos a probar el abrazo de jamón. Dejamos a un lado el Sultán ya que, al no haber ido nunca se nos hacía raro pasar, y creo que acertamos puesto que la tapa era muy ligera y eso se agradecía enormemente. Se trataba de un trozo de bacalao cocido envuelto en una tapa de jamón caliente acompañado por gambas y una salsa de piquillo que a mí me estuvo muy rica. Presentado en un plato redondo, colorinero de esos que hace tres o cuatro años se vendieron como churros y hoy ha quedado ya, un poco desfasado. Ya sabemos todos que los clásicos nunca mueren. Bien en presentación, bien en sabor y muy bien en imaginación.

Dejamos atrás el Sultán, con la buena pinta que tenía el pincho y nos equivocamos de punta a punta dirigiéndonos hacia el Palomo. Jesús se lo debe hacer mirar. Mira que es un lugar que frecuentamos con mucha gratitud puesto que es un lugar tranquilo, donde nos tratan bastante bien y nos ponemos bien a gusto entre las cañas y los aperitivos, pero el tema de la ruta de la tapa se le está quedando un poco grande. Su cazuela de matanza consistía en una base de migas bastante húmedas, con patata cocida y, por encima, tres trozos de chorizo y uno de morcillaca de la fuerte. Ni el chorizo me estuvo sabroso, si no duro y fuerte y ni la morcilla me apeteció un ápice después de olerla y sabiendo la cabalgata que ya llevaba mi estómago juntando la mañana a la noche anterior. Palomo aprovechó las cazuelitas del pasado año para presentar un pincho que, y mira que me duele decirlo, fue el peor con diferencia del concurso. Regular en presentación, mal en sabor y mal en imaginación.

Antes de decantarnos por unos minutos de siesta, descanso y reposo del guerrero, nos adentramos en la Posada ya que nos pillaba de camino a casa. Allí, además de para saludar a la Lili, aprovechamos para probar la Tosta de Rulo de Cabra con Lacón, aceite y pimentón. Muy rico. En cuanto a sabor, posiblemente la auténtica estrella, para mí, de esta edición. Se trataba de una generosa tapa de pan de chapata concienzudamente pasada por la plancha para darle textura de pan tostado pero muy tierno, con rebanadas de rulo de cabra muy rico que en la combinación con el lacón caliente y la proporción exacta de pimentón y aceite, le daba un sabor y una textura al paladar muy agradable. Me encantó. Presentado en un plato de la posada de los de toda la vida, de esos alargados. Regular en presentación, Excelente en sabor y bien en imaginación.

Después de las horas de siesta rigurosa, de la digestión lenta y las prisas por regresar a casa, nos enfilamos de nuevo para afrontar la última escala de esta segunda edición de la ruta. Nuestro renacer comenzó en El Coto con su Tosta navegando por el Amargillo. Huelga decir que tenía enorme curiosidad por conocer cual era el amarguillo por el que navegaría la tosta y este no era si no una base de salsa de pimientos que estaba, por qué no decirlo, bastante buena. La tosta se componía de una tapa de pan caliente, una rodaja de mero en su punto con su ajito y su perejil y un chorreón de salsita. Acompañaba también al pincho una generosa ración de asadillo que, a este estómago agradecido, le vino bastante bien. Presentado en un plato de las bodas de toda la vida, otro bar más que no hizo gasto en la presentación de la tapa. Regular en presentación, muy bueno en sabor y regular en imaginación porque, al igual que hemos citado con el Plátano, está de sobra decir que el mero, en el Coto, es otro pan nuestro de los de cada día.

Saliendo de El Coto y girando la esquina, subimos la rampa que nos condujo al Rincón de Lenín. Allí nos sirvieron Croquetón de marisco con salsa del cantábrico. Decir que lo de croquetón hacía lugar a su nombre, en mi vida he visto una croqueta de semejantes proporciones. Decir que era como un puño cerrado rebozado con un interior de bechamel y picadillo de marisco. Me estuvo buena pero huelga decir que demasiado pesada. La salsa del cantábrico, compuesta de un entramado de marisquería, seguramente el mismo utilizado para el relleno de la croqueta, estaba buena y su ligereza se agradecía ante la pesadez del plato principal. Presentada en otro plato blanco de bodas, nos quedó más que claro que las vajillas tradicionales seguían siendo plato diario en nuestro devenir por los bares del pueblo. Regular en presentación, bien en sabor y bien en imaginación.

Nos quedaban dos bares y decir que uno de ellos era una tortura. Hablé antes mal de la tapa del Palomo y sería injusto colocarla muy por debajo de la tapa del Parque. El problema con esta última es que no puedo veredictarla puesto que, pese a que la pagué, no la probé. Y no lo hice porque Al Bonito Bacalao, tal y como la bautizó Domínguez, le habían añadido una generosa proporción de Salsa Rosa y Mayonesa a partes iguales y los que me conocen saben bien que yo con esos dos mejunjes no confieso ni borracho. Se comió Sagrario un par de puntitas, dijo que no le gustaron y salimos zumbando de allí como alma que perseguía el diablo. La presentación consistía en una rebanada larga de pan de dos colores, uno rosa y otro blanco, aderezado cada uno de ellos con bacalao uno y con bonito otro, servido en un plato blanco normal, para qué variar. Regular en presentación, regular en sabor (y aquí hablo en boca de Sagrario) y regular en imaginación (quizá aquí sea injusto y se merezca un bien, pero con lo que no comulgo me cuesta ser coherente).

Y por último, y ya con el estómago hecho una triza, terminamos nuestro recorrido, minutos antes de partir para casa, en el Chaplin. Allí nos pusieron la Tapa Matahambre y aunque sobra decir que el hambre ya la habíamos matado mucho tiempo atrás, no sería justo dejar de reconocer el buen trabajo para la elaboración de esta tapa. Se trataba de un trozo de solomillo con queso gratinado y cebolla caramelizada con un sabor excelente. Presentado en un platito cuadrado con reminiscencias pop muy adecuado para el lugar y para la situación. Muy bien en presentación, muy bien en sabor y muy bien en imaginación.

Y esto fue todo. Fue todo lo que comimos en dos días porque resultaba muy difícil la tarea de fabricar hambre durante el día siguiente y porque con aquello ya íbamos sobrados de calorías casi para la eternidad. Deseando de que pase un nuevo año, llegue una nueva edición, nos sepamos organizar mejor y saquemos punta al lapicero para volver a valorar esta magnífica iniciativa ideada por los hosteleros de Urda. Con ideas así da gusto regresar al pueblo.

1 comentario:

sagra dijo...

Y este que comenta quien es??
Bueno nene, que me rio todavia mientras comentas las andanzas de los dos y el peke haciendo la ruta en un dia, no me dolerá tanto la tripa como ese dia de comer tanto y más despues de ese virus mutante que tenia en mi uniforme jajaja. te amo