miércoles, 25 de marzo de 2015

El tío del puro

Cuando intento dirimir conmigo mismo cual es el sentido estricto de la vida, más allá del desacuerdo, me agarro a esa bonita historia que habla de la vida como un viaje en bus en el que ciertas personas comparten contigo ciertos momentos, haciendo del recorrido vital una comparación con un viaje hacia el destino final. De esta forma, habrá personas que se sienten junto a ti y otras que, aun compartiendo contigo el viaje, lo hagan en asientos más lejanos. Es la diferencia entre los amigos y los conocidos. Los primeros te dejarán su hombro para dormir, los segundos te sonreirán cuando te vean por la calle.

De todos ellos consigues alguna postal para el recuerdo. El saludo cuando aparecía algún encuentro fortuíto en el portal de tus padres, las cañas espalda con espalda en la barra del bar, los goles del Atleti en un grito compartido y los años transcurridos en el barrio mientras observabas como a los padres de tus amigos les iban saliendo canas sin percibir que el tiempo es ese duro juez que al final termina dictando su sentencia definitiva.

Durante los años que viví en casa de mis padres, era habitual el charlar o saludar a los vecinos del portal. En el primero vivía Luis, un tipo que aparcaba un furgón blindado en la puerta del portal y paseaba por la calle con un puro sujeto en los labios. Aquel, sin ninguna duda, fue su gran seña de identidad. Tanto, que los niños del barrio no tardamos en apodarle como "el tío del puro". Fumaba y reía. Solía alegrarse de verte y, de vez en cuando, te contaba alguna vieja batallita. Era uno de esos tipos que compartió viaje contigo desde los asientos más lejanos pero a los que, aún así, nunca perdiste la pista.

El tío del puro se marchó hace unos días. Cuando ves que faltan pasajeros es cuando empiezas a darte cuenta de que el viaje ya ha durado lo suficiente como para empezar a replantear objetivos. Los hombres que eran padres de niños de tu edad empiezan a esconder la mirada entre las arrugas. El tiempo, implacable como un Dios maldito, nos termina poniendo en el lugar de sus designios. Se nos marchan los clásicos y los que sobrevivimos otra parada más sabemos que, tarde o temprano, la parte delantera del autobús será para nosotros y empezaremos a pensar en decirle adiós a quienes miramos con los ojos cristalinos por la nostalgia.

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