
Aquel día Juanra tenía treinta y un años, doce menos de los que tengo yo ahora y los mismos que tenía cuando empecé a escribir este blog. El paso del tiempo es tan inescrutable que es capaz de hacerte volar por la vida sin dejarte disfrutar, en muchas ocasiones, de los amigos. Juanra regresó a su tierra después de unos años infructuosos en Madrid. De aquella época quedaron noches de cenas, teatros y garitos y muchas, muchas confidencias. Es especial saber que has encontrado aquella persona con la que conectas, es especial saber que esa persona te va acompañar, directa o indirectamente, durante el resto de tu vida.
Nuestra amistad se mantuvo con visitas esporádicas, llamadas de teléfono y el carnaval de su pueblo. Ciudad Rodrigo es un templo de la edad moderna que peleó en carnes contra los franceses y mantiene, intactas, las esquirlas de la lucha por la independencia. Allí se celebra la fiesta de carnaval más antigua de España y allí fuimos durante ocho años consecutivos para llenar nuestra memoria de momentos y anécdotas.
A través de Juanra conocí a Beni, un gaditano espectacular, con un sentido del humor muy andaluz y una cabeza increíble para la conversación. Bético hasta la médula me enseñó a amar a su equipo y a la vida. Por eso, cuando recibí una llamada suya, allá por el mes de junio y me propuso prepararle una sorpresa a Juanra por su cincuenta cumpleaños no pude sino alabarle la idea y lanzarme de lleno a la preparación.
Fue un fin de semana espectacular. Compartimos apartamento, anécdotas y conversaciones. Bebimos, comimos, bailamos y nos reímos. Y, sobre todo, cimentamos un poquito más nuestra amistad. Ladrillo a ladrillo, este muro es ya casi infranqueable. Tan sólo le deseo que cumpla otros cincuenta en ese estado de salud y ánimo que tiene y que, en lo que sea posible, todos nosotros podamos seguir acompañándole durante el resto de su vida.
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