jueves, 22 de enero de 2009

Suerte

Ser negro en Estados Unidos a finales de los cincuenta significaba tener que andar con los pies de plomo y el complejo colgado en el cuello como un cartel recalcitrante. En aquella época, un tímido estudiante keniata, entró en un turbio bar de Hawai y fue expulsado a patadas por el color de su piel y el recelo que esta desprendía entre la población dominante. Cincuenta años después, el hijo de ese negro apaleado se ha convertido en el hombre más poderoso del mundo.

El joven economista apenas conservó su matrimonio con la antropóloga que había conocido en la universidad, pero durante aquellos dos años de relación dieron vida a un pequeño de tez morena y mirada avispada. Le llamaron Barack, cuyo significado, traducido al árabe, significa "suerte".

Cuando al joven Barack le tocó presidir la centésimo novena asamblea demócrata abogó por una legislación por el control de armas en los Estados Unidos. Para un país donde obtener una licencia y aprender a disparar están tan a la orden del día como para nosotros puede resultar el hecho de compara gominolas y aprender a masticarlas, aquel primer discurso sonó más a ilusión que a empeño. Pero no fue si no el comienzo de la carrera política de un tipo que se licenció en ciencias políticas y desarrolló todo su tiempo libre para presidir asociaciones sin ánimos de lucro con el fin de apoyar los derechos civiles y reclamar asistencia social para los más necesitados.

Como senador de Illinois carismatizó su discurso por su capacidad de ayudar a las clases más bajas, como senador de Estados Unidos abogó siempre por la transparencia del gobierno y el control de las actividades bélicas y como candidato fijó sus promesas en tres deseos universales; fin de la guerra de Irak, asistencia sanitaria para todos e independencia energética. Para un país en contínuo afán de conquista, sus promesas parecían más una quimera que una realidad para el resto del planeta. Por ello, ahora que le vemos investido y sonriente, no podemos evitar sentir un leve cosquilleo por creer que, por fin, el mundo ha dado un paso para girar hacia la senda correcta.

Acuciado por una grave crisis y puesto en duda por los más incrédulos, a Obama le toca la tarea de cambiar el mundo sin caer en la tentación de que el mundo le cambie a él. En los ojos del hijo del negro que un día fue expulsado de un bar todos reconocemos los sueños que muchos pensamos que jamás se cumplirían. El simple hecho de que Estados Unidos haya elegido un presidente negro cambia muchas cosas. Llegó su turno. Barack Barack. Suerte Obama.

2 comentarios:

Sagra dijo...

Pues si, me cae a mi bien el Obama éste, haber si hace lo que cumple y no se le zampan a él con patatas los americanos éstos. besotes

lili dijo...

Esperemos que aguante, y que no se lo coman!! porque le espera un camino con más espinas que rosas, y más en la compleja situación en la que nos encontramos inmersos, pero seguro que puede con eso y con más!