martes, 3 de febrero de 2015

Lolo

Lolo era el tipo más entrañable de la vieja Miróbriga. Ciudad Rodrigo despertaba con él y el viento que soplaba sobre su frente y despeinaba su pelo blanco, le acompañaba, lentamente, en su paseo hacia el café matutino. Allí contaba sus tardes de verbena, sus partidos de frontón y sus escarceos amorosos en la parte de atrás de la iglesia. Lolo sabía de la vida lo que todos hubiesemos querido saber. Hablaba despacio, resbalaba las palabras, te miraba desconfiado y si te ofrecía la mano es que habías pasado su prueba de confianza.

Lolo era para Juanra algo más que su razón de ser. El motivo por el que cada viernes recorría Castilla para buscar su lugar común, el motivo por el que recordar su infancia, regalar sus palabras y entregar su corazón, el motivo por el que caminar en busca de algún momento que regalar a su abuelo. Las calles, que hoy guardan silencio en memoria de quien tanto arrastró sus pasos por las aceras grises, rezuman el aroma de un recuerdo imperecedero. Lolo fue vecino ilustre, padre abnegado y abuelo entregado.

Lolo se fue en una noche fría. Era víspera de Nochebuena, las galas estaban puestas y las reuniones estaban organizadas. La última Navidad no ha sido igual. Faltó el silencio oportuno, la palabra acogedora, la caricia certera. Puestos a irse, debió pensar Lolo, mejor irse a lo grande. No faltó un brindis, un recuerdo, una anécdota. Sin estar, Lolo estuvo presente en cada una de las cenas. Momentos así merecen una lágrima, pero también una sonrisa. Personas así merecen un homenaje todos los días. Descansa en paz, Lolo. Conozco a alguien que sabrá homenajearte a diario. No mereces menos.

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