lunes, 28 de enero de 2019

La delgada línea

He intentado informarme todo lo posible sobre la situación real de Venezuela y sigo estando confuso. Mi conclusión es que el país está en manos de un megalómano pagado de sí mismo. Un tipo que no cuenta con el respaldo de la mayoría y que vive bajo la alargada sombra de su antecesor. Gran parte de Venezuela es chavista, es a su querido comandante a quien profesan fe y honra. Pero Maduro, el tipo que se creyó un país en sí mismo, ni ha sabido seguir la línea férrea de Chaves en política internacional ni ha sabido seguir la línea suave en política nacional. El resultado es un descalzaperros de proporciones evidentes. Caos, protestas y una sobreactuación mal entendida cada vez que el presidente sale a dar sus peculiares discursos.

No voy a aventurarme a decir que Venezuela necesita un cambio de gobierno. No voy a caer en los extremos; ni a los que defienden a Maduro ni a los que lo odian; puede parecerme un dictadorzuelo, pero bien es cierto que el presidente de la Asamblea, ese que se ha autoproclamado presidente, lo eligieron mediante elecciones democráticas. O se cuenta todo o no se cuenta nada.

Analizado todo, y en espera de una resolución democrática, estamos todos a punto de cruzar una delgada línea roja muy peligrosa: la de dar legitimidad a un golpe de estado. Puede ser Guaidó el tipo más demócrata del mundo, lo desconozco, pero la manera a la que ha llegado al poder, o a la que, al menos, se ha autoproclamado líder, ha sido un golpe de estado en toda regla. Si empezamos a legitimar actos antidemocráticos caeremos en el error de creer que los presidentes no se eligen sino que se imponen.

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