martes, 15 de enero de 2019

Reyes Magos

Existen anécdotas familiares que, por trascender al tiempo, merece la pena recordar. No soy mucho de contar mis peripecias con pelos y señales; me gusta hacer reseñas, saber por donde me muevo y tener recordatorios de momentos puntuales. Porque la nostalgia tiene siempre ese punto de emoción que gusta de reencontrar un atisbo del pasado.

Mis hijos son un par de trastos. No más que otros, claro está, pero están en esa época de hiperactividad en la que no saben estar quietos y les cuesta aceptar ciertas normativas. En el trabajo de ser padre está implícita una alta dosis de paciencia y un alto grado de comunicación. Sin ellos, el chiringuito se viene abajo.

A lo que íbamos, que el santo viaja al cielo y el pergamino se enrolla. Vistos los antecendentes de desobediencias e incorrecciones varias, decidí darles un sustito el día de Reyes. Lo planifiqué todo bien; les dejaría el carbón como único regalo junto a los zapatos y, junto a la bandeja de dulces y leche, una escueta nota con una pequeña reprimenda. Aquella nota incluiría, además, una primera pista desde la que tendrían que buscar más notas, adheridas a regalos escondidos, por el resto de la casa.

Huelga decir que el susto y la decepción que se llevaron fueron morrocotudos. Iban ellos con toda su ilusión y se encontraron carbón. Durante más de medio minuto hubo un tremendo enfado y un conato de lágrima. Hasta que descubrieron la nota y se pusieron a buscar. Una pista, otra, un regalo, otro y otro. Así hasta que al final terminaron decepcionados no porque no hubiese más regalos, sino porque no había más pistas.

Tan grande fue el éxito posterior a la decepción que, antes de ponerse a abrir los regalos, dijeron que, el próximo año, le iban a pedir a los Reyes en su carta que les dejasen los regalos escondidos con muchas pistas por la casa. Haber cómo se las ingenia este Rey ahora.

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