
Mi padre se marchó a Madrid con dieciocho años recién cumplidos, sin ningún estudio y las manos encalladas de trabajar en el campo desde los siete años. Llevaba el petate cargado de ilusiones y vacío de contenidos. No había dinero, ni ropas, ni un futuro claro. Peleó por subsistir en trabajos mal remunerados que le aniquilaban la espalda y sin descanso volvía a levantarse para seguir buscando su lugar en el mundo.
Han pasado cuarenta y siete años desde aquello y ahora le ha llegado el momento de mirar hacia detrás y decir basta. Con sesenta y cinco recién cumplidos puede sentirse orgulloso de sí mismo. Aprendió un oficio, siguió dejándose la espalda en obras donde el frío y el calor no eran una opción si no un inconveniente obligatorio y crió tres hijos a los que pudo pagar una educación y enseñar unos valores.
Así ha sido la vida de millones de hombres que nacieron en la postguerra y hubieron de luchar contra el hambre, la miseria y la orfandad para salir hacia adelante. Su sonrisa de hoy es nuestro premio y nuestra admiración perpétua su recompensa. Disfrutar el último tramo es su merecido premio.
1 comentario:
Celebramos ese evento por todo lo alto como se merece tu padre, por su trabajo, esfuerzo y dedicación. Feliz jubilación Pablo padre!!
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