lunes, 6 de febrero de 2012

Romper con el pasado

Para una persona al que la nostalgia le emborracha, los reencuentros le emocionan y los recuerdos le sirven de musa, romper con el pasado se convierte en un ejercicio de imposible ejecución. Para un partido político al que el fracaso le señala, las dudas le corroen y los errores le colocan en la diana de la crítica, romper con el pasado debería convertirse en decreto de obligación.

El sábado volví a reecontrarme con mis compañeros del colegio. Han pasado veintidós años desde aquel mes de mayo de 1990 en el que nos dijimos hasta luego y emprendimos caminos dispares. Hoy, entrados en la treintena y con los ojos húmedos por la memoria, nos volvemos a abrazar como si no hubiese pasado el tiempo, volvemos a sonreir como si no hubiésemos dejado de ser cómplices de nuestros secretos y volvemos a citarnos para más adelante porque seguimos sintiéndonos una familia aún en la distancia.

Ese mismo día, el PSOE volvió a reencontrarse con sus fantasmas. No había otra opción; o era el pasado de la vieja guardia o era el pasado de la más vieja guardia. Ganó esta última y nadie parece quedar contento. Quizá porque, enfrascados en la sumisión de la derrota, el partido no ha entendido que solamente existen rivales al otro lado del hemiciclo, que los errores no deben volver a repetirse y que el valor no se mide solamente cuando se enseña la cabeza, si no también cuando se esconde.

Es por ello que a mí me sienta tan bien no romper con el pasado y, sin embargo, a los socialistas les hace tanto daño la misma decisión. Yo ya cometí todos mis errores y ahora puedo presumir de querer reírme de ellos. Lo suyo es más serio; si siguen fallando seguirán sumidos en la derrota y este país, enfrascado como está, en la peor crisis de historia, necesita una oposición de verdad, no una vieja escuela donde todas las lecciones ya han quedado olvidadas.

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