martes, 28 de febrero de 2012

El nido vacío

Las leyes de la vida son tan duras como inexcrutables. Ninguno podemos escapar a la ley de la evolución, y como las cucarachas del anuncio, estamos destinados a nacer, crecer, reproducirnos y morir. No hay más. Uno planifica sus momentos, aglutina sus recuerdos y, al final, termina llorando sus soledades. Nada termina porque siempre hay algo que vuelve a empezar, lo realmente bonito es saber enlazar una nueva experiencia con la siguiente.

Mis padres nos criaron en su regazo, a los tres, y nos dio todo lo que pedimos. Así fue la vida de nuestros padres, una generación marcada por la postguerra que hubo de vivir en un puente; de un lado estaban sus padres, de otro, sus hijos. Hubieron de vivir para ambos sin pararse a preguntar por qué nadie vivió por ellos. Mano de obra primero y educadores después. Repartieron tanto que a veces duele pensar que puedan irse sin nada.

Pero no es así. Tienen el cariño eterno de sus hijos y la admiración incomparable de todos aquellos que les rodean. Hace un par de semanas, mi hermano pequeño decidió recoger sus cosas y poner fin a su primera gran etapa vital; se emancipaba. En los ojos de mis padres pude ver la añoranza de un tiempo que no regresará y la explosión de sentimientos encontrados por ver en sus ojos la misma mirada que ellos mismos tuvieron el día que dejaron su casa.

La soledad es mala compañera de viaje. El síndrome del nido vacío implica recuerdos pasados y tristes realidades presentes. Lo peor es no saber asumir que la vida pasa y ninguno escapamos a sus dictados. Lo mejor es saber que siguen siendo los referentes de todos aquellos niños que un día serán como ellos y resaltarán con orgullo el ejemplo que para ellos han significado sus padres.

1 comentario:

sagra dijo...

Debe de ser duro, te das cuenta ahora que tienes un hijo y piensas que te quedan 20 años sólo de estar con él, yo ya casi lloro de pensarlo