lunes, 1 de octubre de 2018

La curva de Acireale

Juan Manuel Santisteban, natural de Ampuero y vecino de Colindres, era el mejor gregario del equipo Kas y el equipo Kas era el mejor equipo del pelotón. Con una carrera profesional que databa desde 1970, después de asombrar a Cantabria y ganar carreras amateurs incluso montado en una bicicleta de paseo, firmó con Kas en 1974; el gran Kas, el equipo que dominaba las carreras con puño de hierro. Su función, en primera instancia, era la de ayudar en carrera al líder del equipo, José Manuel Fuente, el tipo al que apodaron "El Tarangu" y que era un caballo salvaje cuando la carretera se ponía cuesta arriba. Pero Santisteban era algo más que un gregario, era un corredor combativo que peleaba victorias parciales y, muy de vez en cuando, alzaba los brazos en señal de victoria. En aquel 1974 en que firmó con Kas, ganó la general de la Vuelta ciclista a Asturias, para alegría de sus paisanos que se volcaron en las carreteras del principado vecino para darle su aliento, una etapa en la Vuelta a España y una etapa en la siempre prestigiosa Dauphiné Liberé, aquella carrera clásica en la que los favoritos a la victoria en el Tour de Francia afilaban sus piernas en busca de la gloria estival.
A Santisteban le gustaba arrancar de lejos; era fuerte, constante, un animal del plano. Su pundonor le levantaba del sillín y le hacía apretar los dientes para encontrar el premio de la victoria, casi siempre en solitario. Siempre felicitado por los rivales quien veían en él a un tipo íntegro y, ante todo, a una buena persona. La temporada de 1976 comenzó en Andalucía, en esa carrera invernal en la que el sol del sur se agradece tras los amaneceres gélidos. Allí ganó una etapa y de allí pasó a otras carreras en las que su oscuro trabajo de gregario le impidió ganar parciales aunque no reconocimiento. La última etapa de la Vuelta a España fue una contrarreloj; se disputó en San Sebastián y Santisteban, que ya iba como una moto, quedó tercero a doce segundos del vencedor, el alemán Thurau. El plan de preparación física iba según lo esperado; el objetivo era llegar al Giro a tope de fuerzas e intentar la gloria del vencedor parcial en alguna de las etapas.
El Giro de Italia de 1976 comenzó en Sicilia. A Santisteban, como al resto de españoles que formaban el pelotón, Sicilia le evocaba escenas de "El Padrino" y asuntos de la "Cosa Nostra", pero en mayo, Sicilia, al igual que el resto de Italia, es ciclismo en estado puro. El país se paraliza para vivir el Giro y como tal, las carreteras de la isla estaban plagadas de tifossi aquel veintiuno de mayo. La carrera, lanzada por los galgos italianos, iba cerca de Acireale, una pequeña ciudad al norte de Catania y Santisteban, al igual que otros de sus compañeros, fueron obligados a parar para esperar al hombre fuerte del equipo, José Antonio González Linares. Quedaba claro que aquel no era el día del Kas. Kilómetros antes, Galdós había roto la bici y Martos, otro de los cántabros del equipo, se había visto obligado a esperar para ayudarle a reintegrarse en el pelotón. Y ahora era Linares, otro cántabro, un corredor con un buen punch final que estaba capacitado para poder dar la sorpresa en los últimos kilómetros, quien pinchaba y se veía obligado a buscar la ayuda de sus compañeros de equipo. El trío cántabro, Linares, Martos, Santisteban, junto a Carlos Ocaña, ponen un ritmo brutal en busca del pelotón, pero de ellos, Santisteban es el más fuerte. En uno de los relevos, pone una marcha imposible de seguir y es avisado por sus compañeros. Le mandan parar. "Piano, piano", que para eso estamos en Italia, y Santisteban baja el pistón, espera y mira atrás. Ese es su gran error; mirar atrás.
Mientras busca con la mirada a sus compañeros de equipo no puede ver como una botella tirada en la carretera se interpone en su camino. Mientras toma una curva abierta, con Acireale a sus espaldas, la rueda delantera tropieza con el obstáculo, seguidamente la bicicleta se tambalea, Santisteban no puede mantener el equilibrio y cae aparatosamente. En el primer impacto se fractura el brazo, la pierna y varias costillas; todo un destrozo en el lado izquierdo de su cuerpo. El segundo impacto es peor, rebotado por el asfalto y con una inercia ya imparable, va a parar de cabeza contra el suelo. El impacto es letal y la muerte es inmediata.
Sus compañeros se detienen, el público se tapa los ojos, los médicos tardan en llegar. El caos es total y las noticias no pueden ser más nefastas. Desde 1952, cuando Orfeo Ponsin se había dejado la vida en el asfalto, ningún ciclista había muerto en la disputa del Giro de Italia. Santisteban, de treinta y un años, casado y con dos hijos, es la segunda víctima en la historia de la carrera. El drama es enorme, sus compañeros están desconsolados y las escenas son sobrecogedoras. Ese mismo día, ocho mil personas se juntan en Catania para rendir homenaje al corredor en un funeral improvisado. Tras recibir un millar de muestras de afecto, el equipo Kas decide seguir en carrera, creen que es el mejor homenaje que le pueden dar a su compañero, el tipo que irradiaba energía y que era el amigo de todos. Diecinueve victorias como profesional engalanaban su palmarés.
El vuelo 366 de Alitalia, procedente de Roma, aterrizó en Barajas dos días después. Allí esperaba una multitud; directivos, familiares, amigos y un desconsolado Luis Puig, el patrón del Kas. Delante del ataud de pino, lo primero que ven salir del avión es la bicileta rota, con las ruedas torcidas y el número "56" aún colgando de la parte delantera del cuadro. A la escalerilla de acceso se acercan los más cercanos acompañados de un sacerdote e improvisan una breve ceremonia antes de embarcar rumbo a Bilbao. El Consejo Superior de Deportes le impone la Medalla de Plata al Mérito Deportivo a título póstumo y el pueblo de Colindres se prepara para recibir los restos de su héroe.
El funeral fue emotivo; toda la Cantabria ciclista se concentró en Colindres, allí estuvieron Fuente y Trueba, presente y pasado del ciclismo español más glorioso, allí estuvieron sus vecinos, su viuda, sus hijos y allí se derramaron lágrimas y se fraguó un recuerdo imperecedero para uno de esos tipos anónimos que el deporte se empeña en aparcar en el olvido.
Aún hay muchos que no le olvidan. En Colindres, cada año celebran una marcha ciclista en su memoria y en Acireale, junto a una curva abierta y tras el asfalto gris, se levanta un monumento de piedra negra en honor a Juan Manuel Santisteban, el ciclista, el gregario, el amigo que se dejó la vida en el primer día del Giro de Italia de 1976. Aquella etapa también la ganó en solitario.

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