lunes, 25 de febrero de 2019

Antes del lamento

Quien pierda algún minuto de su tiempo leyendo este blog habrá deducido, porque tampoco lo he escondido, cual es mi ideología. No soy ningún radical, aunque tampoco creo que tenga que dar ninguna explicación, y no comulgo con la forma de ser de ninguno de los líderes de la izquierda; uno por vanidoso y el otro por pretencioso. Ahora bien, teniendo bien claro de donde vengo y quien soy, solo puedo decir que he de ir a votar el veintiocho de abril porque sólo en nuestras manos está frenar la marea radicalizadora que nos quiere hacer retroceder un puñado de décadas.

Parto del hecho del aburguesamiento de la clase política. Durante años, hubo muchos políticos que vivieron en la clandestinidad planificando un futuro más libre para un país que vivía bajo el yugo de la dictadura. Todos aquellos que pelearon en secreto, se convirtieron en los hombres que ayudaron a fabricar una transición que, aún con todas sus lagunas, al menos nos ayudó a mirar hacia adelante como país. Muchos de ellos lucharon hasta el fin de sus días, otros, el felipismo mediante, terminaron seducidos por la erótica del poder y corrompidos ideológicamente por la seducción de los poderes fácticos.

Esta involución hacia el absurdo idelógico ha derviado en un Partido Socialista demasiado tibio, hasta tal punto que cualquier otro partido que llevase en su programa propuestas muy parecidas a las que llevaron a Felipe González al poder en el ochenta y dos, ha sido tildado de radical. Es cierto que las formas agresivas de Podemos han terminado derivando su capacidad de llamamiento mediático a un segundo plano y que ello les ha llevado a un estado de nervios tal que han terminado devorándose entre ellos, pero nadie debaría ver radicalización en la universalización de la sanidad y la educación, en la reforma de los estatutos laborales y en el cumplimiento de los artículos más sociales de la Constitución.

En este río revuelto en el que se ha convertido la izquierda, la derecha quiere encontrar su ganancia de pescadores. Su discurso es fácil y directo: patria y símbolo. Más allá de la demagogia, encuentran poco espacio social al que acudir, pero son listos y están bien asesorados. Saben que este país peca de miedo e incultura y atacan al lugar al que más duele; el orgullo. La bandera por delante, el reproche siempre latente y la palabra directa, buscando el aplauso fácil, siempre bien presente. Saben que pueden ganar e intuyen que van a ganar. Harán un paripé, como en andalucía, pero al final se juntarán para darle la vuelta al calcetín y derogar las pocas leyes que nos han puesto a la altura del tiempo en el que vivimos. Porque son cada vez más y cada vez más peligrosos. Sería una estupidez no tenerlos en cuenta y quedarse en casa el día veintiocho de abril. Sería una pena tener que lamentarse.

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