martes, 28 de mayo de 2019

Secretariat

Cuando, en 1968, el acaudalado Chris Chenery enviuda y conoce que sufre una enfermedad que le produce demencia, nadie podía anticipar que la decisión que estaba a punto de tomar cambiaría para siempre la historia de la hípica.
Christopher Chenery era un rico hombre de negocios que se había hecho a sí mismo. El típico triunfador americano que gusta de aparecer en portadas de revista y listas de empresarios de éxito. Apasionado de los caballos desde joven, no paró hasta montar su propio establo e iniciar un negocio de cría de potros de carreras. Aquella pasión es trasladada a sus hijos, Hollen y Margaret y, sobre todo, a la pequeña Helen, a la que todos llamarán Penny y en quien confía para dejarle las riendas del negocio familiar.

Penny se había mudado a Colorado tras contraer matrimonio y se había convertido en la ama de casa ejemplar; abnegada esposa y sacrificada madre que había dejado a un lado sus sueños para dedicar todo su tiempo a la familia. Pero Penny no era una simple mujer al uso. Durante años había estudiado pacientemente con el único sueño de hacerse cargo en el futuro del negocio de su padre, pero todos los hijos de Christopher Chenery siguieron un camino que les llevó lejos de los establos Medow. Hollen, el mayor, prefirió el mundo de las finanzas, y Margaret y Penny se vieron abocadas al mundo sumiso del hogar. No había heredero para el negocio y fue por ello que Hollen sugirió a sus hermanas la venta del establo. Aquella idea no le resultó a Penny nada atractiva y viajó a casa para hacer el petate y regresar a Virginia. Los establos Medow tenían una nueva gestora y seguía siendo una Chenery. Hubo de desoir las quejas de su marido y aleccionar sobre la vida a sus cuatro hijos. A partir de entonces, su madre estaría más lejos de ellos. Quizá fueran sólo unos meses, la gente no le auguraba mucho futuro a una mujer en aquel mundo manejado por hombres.

Penny Chenery había estudiado Administración de Empresas en la universidad y era una mujer mucho más preparada de lo que la gente podría llegar a imaginarse. Pero por encima de todo, Penny Chenery era una mujer intuitiva. Una de las primeras decisiones que tomó al frente de los establos Medow fue la de reunirse con el magnate Egden Phipps. Phipss era un millonario recto que administraba varias empresas y casi todos los establos del estado. Antes de enfermar, Christopher Chenery le había cedido el derecho de aparear su mejor semental, de nombre Bold Runner, con dos de sus yeguas, Hasty Matilda y Something Royal. Una vez que el caballo hubiese cubierto a las hembras, ambos se jugarían a cara o cruz con quien de las dos crías se quedaba. Penny acudió a la cita con sus mejores galas y usó la palabra para confundir a Phipps. Con un par de frases le hizo creer que no habría mejor potro que el nacido del vientre de Hasty Matilda, pero ella ya sabía que su elección debía ser la cría parida por Something Royal. Cuando la moneda voló por el aire, Penny Chenery ya sabía qué caballo sería el suyo. Salió cara, tal y como había pedido Egden Phipps y el millonario no tardó en decir un nombre: Hasty Matilda. Todo había salido tal y como se había planeado.

El treinta de marzo de 1970, en los establos Medow, propiedad de la familia Chenery, nació el potro hijo de Bold Ruler y Something Royal. Era un ejemplar único; grandote, fibroso, rojo como la sangre. El nombre les llegó a todos los presentes a la cabeza casi al unísono, se llamaría Big Red. Aquella mujer audaz se empeñó en hacer de Big Red un campeón inigualable y, para ello, hubo de llamar a la puerta de dos de los hombres más controvertidos del mundo de las carreras de caballos.

Lucien Laurie era un prestidigitador que llevaba demasiados años en la sombra como para querer molestarse en entrenar a un potro recién nacido. Antiguo jockey y hombre parco en palabras, solo pudo decir que sí cuando Penny le prometió total independencia y ninguna intromisión en su trabajo. Elegido el entrenador, solamente quedaba elegir al jockey. Un caballo tan bravo necesitaba alguien con carácter para tomarle por las riendas. El elegido fue Ron Turcotte, un controvertido jinete con la cara llena de magulladuras y la mirada picada por el orgullo.

Big Red, a quien en el circuito pronto se conocería como Secretariat, debutó en julio de 1972 y solamente pudo ser quinto. Aquel resultado no vaticinaba nada bueno y en los círculos de la hípica ya se hablaba del gran acierto que había tenido Edgen Phipps al escoger al potro de Hasty Matilda. Pero las palabras son solamente papel mojado que se desintegra cuando la razón impera por encima de los deseos. Secretariat ganó sus siguientes cinco carreras y, de defenestrado, pasó a ocupar todas la portadas de revista mensuales. Al finalizar 1972 fue nombrado caballo del año y Penny Chenery fue alabada como una excelente gestora. Pero lo mejor aún estaba por llegar.

Normalmente, el tercer año es el más complicado para un caballo. Se hablaba de demasiados ejemplos de potros ganadores de dos años que, al tercer año se habían desplomado estrepitosamente y no habían terminado valiendo ni como sementales. Los peores augurios se cernían sobre Secretariat mientras Lucien Laurie y Penny Chenery preparaban el asalto a la triple corona.

La triple corona es la sucesión de las tres carreras más importantes del circuito americano y que solamente disputan caballos de tres años. Se trata de vencer, consecutivamente, en Kentucky, Prekness y Belmont. Todo un hito que, hasta la fecha, solamente había conseguido un caballo. Y hacía veinticinco años de aquello.

Pero si por algo se caracterizaba Penny Chenery era por su audacia y su fe. Penny creía ciegamente en su caballo. Adoraba a su caballo. Sabía que, por encima de cualquier circunstancia, tenía el mejor caballo de carreras del mundo. Y aquella era una carta demasiado segura como para no arriesgarse en una partida ganadora.

Después de cada entrevista, antes de que los periodistas abandonasen los establos Medow, Secretariat parecía esbozar una sonrisa y posaba para la cámara con total naturalidad. Todo el mundo estaba asombrado con aquel caballo; no sólo ganaba carreras, también tenía tiempo para sonreirle a la cámara, para hacerse el simpático en público, para alardear de zancada en cada entrenamiento. Un campeón de piel roja, músculos marcados y rictus de ganador.

Bay Shore, Gothan Stakes y Wood Memorial iban a poner al público sobre la pista en pos de una futura apuesta de cara a la triple corona. Tres carreras menores, pero una puesta de largo bastante interesante a modo de preparación. Secretariat ganó las dos primeras y salió en la tercera con una grave infección bucal. Aquel caballo no eran el que todos conocían y, como tal, quedó tercero, poniendo en alerta a todos los corredores de apuestas. Los agoreros lo tuvieron claro; el caballo ganador había perdido fuelle.

Las tres carreras que forman la triple corona van de menor a mayor en su grado de dificultad. El derbi de Kentucky, sin ser una carrera fácil sí es la más cómoda de las tres; menos distancia, mejor empedrado y más espacio para adelantar. Ningún caballo había bajado de los dos minutos hasta entonces. Secretariat lo hizo. Ganó por dos cuerpos y medio y se dejó fotografiar coronado de laurel y con el record del mundo en manos de Turcotte. Pero aún quedaba lo más difícil.

En el Prekness Stakes los caballos recorren dos mil metros sobre arena pesada. La supercifie otorga menos poder de reacción para los caballos rápidos y Secretariat lo notó en la salida. Durante buena parte de la carrera cabalgó en último lugar, Turcotte le apremiaba pero el caballo no avanzaba. Alcanzó al penúltimo cuando la mitad de la carrera ya se había disputado. Quinientos metros más adelante ya iba segundo. Tomó la última curva y se colocó en primer lugar. La gente se puso en pie, algunos se comían el sombrero, otros se frotaban los ojos, la mayoría asistía a aquella exhibición con la boca abierta. Secretariat ganó la carrera y volvió a ser fotografiado colmado de laureles. Pero aún quedaba rematar la faena.

Belmont Stakes era la carrera más larga de las tres. Más de dos kilómetros sobre arena tan fina que producía un molesto polvo en la cabalgada. Por ello, era importante situarse delante desde el principio, para evitar tragar el polvo de los predecesores. Minutos antes de la carrera, Ron Turcotte aparecía nervioso por la zona de jinetes. Montaba a Secretariat y el caballo relinchaba en voz baja, como desconfiando de la fe de su jockey. Lucien Laurie se acercó para acariciar al potro y cruzó la vista con Turcotte. "Hijo", le comentó en voz baja, "no hay manera de que Secretariat pierda hoy. Sólo asegúrate de no caerte del caballo. Créeme, muchacho, este potro que estás montando es el mejor caballo de carreras que jamás ha existido". Las palabras, como un ascua ardiendo sobre la conciencia, parecen alentar más al caballo que al jinete que, simplemente se tenía que dedicar a cumplir con el objetivo; dejarse llevar y no caerse del caballo.

Secretariat se pone primero en la salida y corre. Corre tanto que ningún caballo puede acercarse a menos de treinta cuerpos de él, corre tanto que la gente cree estar viendo una carrera a cámara rápida, corre tanto que bate todos los records habidos y por haber. Turcotte, aferrado a las riendas y con la adrenalina por las nubes, inclina la cabeza en la línea de meta para dar constancia de la victoria. Treinta y un cuerpos por detrás entra el segundo clasificado. La victoria supone el record en dos mil metros sobre arena, record del circuito, record mundial, record histórico. Hasta el día de hoy, ningún caballo ha podido superarlo. Ninguno se ha acercado a igualarlo. Veinticinco años después, un caballo ganaba la triple corona, veinticinco años después, un mito se subía al olimpo de los inmortales.

El veinte de octubre de 1973, Secretariat ganó en Canadá. Ni él mismo, al que le apasionaba correr como un loco descontrolado, podía imaginar que aquella sería su última carrera en competición. En diciembre volvió a ser nombrado caballo del año y su dueña decidió jubilarlo para convertirlo en semental. Un cotizado semental. En el fondo, Penny Chenery sabía que Big Red ya no podía dar más de lo que había dado. Y había dado mucho. En total había ganado dieciseis de las veintiuna carreras que había disputado, pero por encima de las estadísticas estaban las cifras y es que Secretariat había generado casi un millón y medio de dólares en ganancias. Una barbaridad para la época.

Analizando su comportamiento en carrera, se descubrió que su zancada dibujaba un arco de ciento diez grados de ángulo, mucho mayor al de cualquier caballo. El tiempo, los hechos y los recuerdos le situaron en la cima y las listas le colocaron en el primer lugar en todos los rankings. Considerado como el mejor caballo de carreras de la historia, este ejemplar de purasangre fue examinado detenidamente en más de una ocasión, pero no fue hasta su muerte cuando se descubrió el gran secreto de su resistencia en carrera.

En 1989 enferma de Laminitis y la infección le daña los órganos vitales. Con la cara empapada por las lágrimas, Penny Chenery autoriza el sacrificio de su mejor caballo y la autopsia publica un dato que aumentará el tamaño del mito. El corazón de Big Red era tres veces más grande que el de cualquier caballo normal. Como para echarse a temblar. Despedido con honores de estado, Secretariat es incinerado en Medow y Belmont erige una estatua de bronce en su honor que preside la puerta de entrada al hipódromo. Su ascendencia responde a las expectativas, y aunque ninguno de sus hijos iguala sus marcas, las estadísticas apuntan que en total, treinta y seis de sus crías se convierten en caballos ganadores con el tiempo. Es la estirpe inmortal de un caballo inmortalizado en el cine y en la literatura. Un caballo al que el magazine Time incluyó entre los diez atletas más influyentes del siglo veinte y a quien ESPN situó en el puesto número treinta y cinco en su lista de los cien mejores atletas del siglo. Un cuadrúpedo que galopó hacia la historia, un pedazo de memoria en los establos Medow cuyas galopadas recorrieron américa y llenaron de letras cientos de periódicos. El mejor ejemplo de que la intuición femenina va siempre por delante de los hechos, unos hechos que marcaron a fuego los hipódromos de la triple corona. Tres carreras insuperables y un caballo purasangre que escribió un hito en cada zancada.

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