
Deslealtad es sugerir la grandeza de tu patria cuando desdeñas la necesidad de sus ciudadanos, es alimentar el odio hacia quien te gobierna con manuscritos incívicos remitidos a líderes ajenos, es mentir por derecho y apropiarse de lo que no es tuyo, es practicar la genuflexión ante los más poderosos siendo incapaz de mirar a los ojos a quien realmente te necesita. Deslealtad es interrumpir y oprimir, es bloquear y, sobre todo, practicar la vileza con la bajeza más ruin.
Pablo Casado es un político atormentado por la derrota, es un vendepatrias disfrazado de salvador, un demagogo de discurso fácil y palabra ensayada, un repetidor de frases que es incapaz de soltar un discurso y convencer por la vía del dato certero. Un jugador de póker sin ases que tira órdagos sin sentido, el pastor de un rebaño que se le está descarriando hacia la extrema derecha. Y, como ha demostrado durante estos últimos meses, es también un político desleal.
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