martes, 18 de septiembre de 2018

Tejer y manejar

Hay ciertas cosas que se dan por supuestas ante ciertos niveles de ocupación. Uno cree que un buen albañil debe saber replantear, que un buen contable debe saber lo que es un libro mayor o que un buen futbolista debe saber pegarle a la pelota. Indistintamente a la profesionalidad del oficio, la carrera de político no muchas veces está trufada de méritos o logros sino que, en la mayoría de las ocasiones, se precisa una mano amiga y un enlace oportuno. Es el problema de priorizar la dedocracia sobre la meritocracia. Aunque, más allá de la falta de méritos cuantitativos, hay algo que siempre hemos supuesto de cada uno de nuestros políticos de élite, y es que todos tenían una brillante carrera estudiantil.

Venga la suposición para hacer frente a la profunda decepción que nos está generando saber como cada uno de nuestros representantes en el Congreso han ido obteniendo sus títulos universitarios gracias a los distintos favores que les han hecho en la universidad. El problema es grave en cuanto a la imagen, pero es mortificador en cuanto al agravio comparativo. Cualquier hijo de trabajador ha de ver como sus padres se endeudan y se privan de una vida de comodidades para conseguir que sus vástagos sean capaces de sacarse un título. Ya no hablamos del respectivo máster, para ello, en la mayoría de las ocasiones son los propios estudiantes los que han de dejarse las manos en trabajos mal remunerados para conseguir un crédito que les permita englosar su currículum.

Todo vale para nuestros políticos. Reirse de la ciudadanía es, por compendio intrínseco, un ejercicio habitual. Practican el cardurismo y encima, cuando les recriminan sus faltas, se hacen los ofendidos. Sinvergüenzas en un mundo de sinvergüenzas. No representan a nadie que no sea a sí mismo y a todos aquellos a los que han de pagar favores. Porque la vida del político puede ser corta, pero si saben tejer y manejar, ellos saben que la vida del millonario puede llegar a ser larga.

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